miércoles, abril 12, 2006

Observaba la calidez en el espejo. Sus pies desnudos sobre el piso de losetas sostenían recuerdos sin rostro, canciones goteando sin música, idolatría de una noche cerrada. La llave que apareció ante él por la mañana, era apenas un mal remedo de la llave brillante que había tenido. Dudó un segundo antes de salir, la puerta estaba abierta. Lo recibió el cielo encapotado de nubes: ni la luna, ni una sola estrella para crear mareas en la boca del estómago. Ella palidecía abstracta, era una ecuación de ceros y unos, la fracción de tiempo necesaria para disolverse en la taza, en el café, azúcar de fuego y mirada perpetua.

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